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Trujillo, Chan Chan y Huanchaco (con complicaciones habituales en un viaje)

Luego de recorrer la ciudad de Lima, nuestro plan de viaje nos encaminaba al norte de Perú. A pesar de las noticias que informaban intensas lluvias, inundaciones y derrumbes en esa zona del país, decidimos continuar viaje. Es por eso que realizamos 550 kilómetros rumbo a la ciudad de Trujillo, la tercera más importante del país detrás de Lima y Arequipa. 

En el camino pudimos comprobar la gravedad de las lluvias, viendo ciudades como Chimbote completamente bajo el agua. Afortunadamente para nosotros y principalmente para sus pobladores, Trujillo al momento de nuestra llegada no sufría estos problemas (aunque sí en días cercanos).

Esta es otra de las ciudades de Perú que no poseen una terminal de buses centralizada, eso nos llevó a que tengamos que bajarnos y caminar bastante hasta el centro. Debíamos aprovechar al máximo el día, ya que por la noche deseábamos seguir nuestro camino hasta Guayaquil, Ecuador.

A decir verdad, llegamos a la ciudad principalmente para visitar las ruinas de Chan Chan, pertenecientes a la cultura Chimú y por comentarios sobre las playas de Huanchaco. Del centro de Trujillo sabíamos poco y nada.

Una primer rareza que notamos al mirar el mapa, es que el centro histórico se encuentra rodeado por una avenida ovalada que lo encierra (avenida España). Resultó que esto no es casual, ya que se realizó manteniendo el trazado de la antigua muralla construida a fines de 1600 para proteger la ciudad. Mi curiosidad me llevó a analizar esta elipse y notar que, en primer lugar, el trazado original de la ciudad (casco historico) es el único que mantiene una cuadrícula -expandiéndose posteriormente de forma más desordenada- en la cual la plaza de Armas se ubica en línea recta al mar, siendo una de sus cuadras paralela a la línea costera. A su vez, la plaza no se encuentra en la manzana correspondiente al centro exacto del óvalo, ya que mirando con detenimiento, la Catedral es la que ocupa el lugar central. No sería raro que esto fuese planificado con esta intención comprendiendo la fuerte influencia eclesiástica y la importancia de la evangelización en el periodo de dominio Español en América.


Una vez en la plaza, ésta sorprende con el brillo del suelo, su gran monumento central a la Libertad, y los coloridos edificios que la rodean. A diferencia de Lima, que mantiene una uniformidad en tono amarillo, en Trujillo este color permanece por ejemplo en la Catedral, pero rodeado de otras construcciones pintadas en rojo, azul, gris, naranja, blanco, etcetera.

Antes de continuar observando la plaza -como siempre- el primer lugar que buscamos fue la oficina de turismo, donde nos brindaron información de la ciudad y mapas, aunque se negaron de forma rotunda a permitirnos dejar allí por unas horas las mochilas para buscar un tour a Chan Chan y mirar un poco la ciudad.

No caminamos demasiado hasta que una promotora de una agencia cercana se acercó a ofrecernos un tour. Decidimos no perder tiempo e ir directo a la oficina para contratar la excursión de las 15 hs. Aunque no hubiésemos podido deducirlo en el momento, resultaría ser un grave error no buscar otras alternativas.

Dejamos nuestras mochilas en la agencia y volvimos a visitar la plaza. Así como en la plaza de Armas de Lima se declaró la Independencia de Perú, fue en la de Trujillo donde medio año antes se manifestó la Independencia de la Intendencia de Trujillo (que abarcaba casi todo el norte de Perú) siendo esta la primer ciudad en liberarse, y un fuerte impulso para que el proceso se complete en el resto del país.  Es por eso que en el centro de la hermosa plaza, que parecería ser pulida todas las mañanas, se erige el monumento a “La Libertad”, planificado al cumplirse cien años de la independencia, diseñado en Alemania por Edmund Möeller, e inaugurado en 1929.




Alrededor de la plaza, los coloridos edificios resaltan por poseer cada uno una tonalidad distinta al de su aledaño. Muchos de ellos, construidos entre el siglo XVII y XVIII, destacan por sus balcones y principalmente las llamativas rejas de los ventanales que según afirman, son únicos, posibles de ver solo en Trujillo.




También estas construcciones, algunas de ellas antiguas casonas, guardan secretos, como la “Casa de la Emancipación”, el lugar donde José Bernardo de Tagle (en complicidad con José de San Martín) gestó la independencia de la ciudad, o el Palacio Urquiaga, en el cual se alojó Simón Bolívar, y actualmente puede verse allí su escritorio, en el que organizó la etapa final del proceso independentista y realizó decretos como por ejemplo  declarar temporalmente a Trujillo Capital de la República de Perú mientras Lima se encontraba bajo dominio de los realistas (defensores de la Monarquía Española) que la recuperaron durante un corto periodo.


Párrafo aparte merece la Catedral basílica de Santa María, que a pesar de ser construida en 1666, su fachada se encuentra en perfecto mantenimiento y con solo dos marcados colores (amarillo y blanco) que la vuelven compleja pero simple de observar sus detalles. Su interior no se queda atrás, con un estilo barroco/rococó y pinturas como por ejemplo una colorida (no es de extrañar en Trujillo) réplica de “La Creación” de Michelangelo Buonarroti.




Nos dirigimos a la calle peatonal Pizarro, que continúa con el estilo colorido de la plaza, y en ella pueden verse el Palacio Iturregui (actualmente sede del Club Central) considerado en su época uno de los palacios más bellos de Sudamérica, y una réplica de un arco de entrada de la antigua muralla. Este arco mantiene el mismo esquema de colores que el resto de las construcciones relevantes de Trujillo. Si realmente la ciudad (incluidas sus fortificaciones) lucía así en tiempos de la colonia, debía ser digna de admirar por cualquier viajero  desde el mismísimo momento en que podía empezar a vislumbrarla en el horizonte.



Finalmente, a la hora pactada fuimos a la agencia de turismo. Esperamos bastante, probablemente más de media hora, hasta que llegó una camioneta y una guía nos indica que ella nos llevaría a recorrer Chan Chan.

Todo empezó de manera acelerada. Al llegar a la Huaca Arco Iris, mientras comprabamos el ticket de ingreso, notamos que nuestra guía ya se había ido con el resto del grupo. Nos apuramos hasta alcanzarlos, estando ellos unos doscientos metros más adelante, y la guía casi finalizando la explicación. Me dirigí a ella para que me explique si todo el tour íbamos a estar corriendo de esa manera y se justifica diciendo que estábamos en retraso y corríamos el riesgo de no poder visitar Chan Chan debido que cierran el ingreso a las 16:30. Ante mi reclamo sobre su tardanza y alegando que no éramos responsables del cierre del lugar ya que nosotros estuvimos en el horario indicado por la empresa (de hecho antes), responde que a ella la agencia le avisó minutos antes de partir. Trabajaba de forma independiente para distintas agencias que la llaman cuando necesitan un guía, y estaba claro que no era la responsable directa de los problemas de horario, pero contrario a colaborar en relajarnos, solo generó tensión entre quienes estábamos allí para disfrutar.


Desde la Huaca hasta Chan Chan, el viaje en la camioneta transcurrió escuchando la nerviosa conversación entre la guía y el conductor que temían no poder ingresar. Nuestro humor no era el mejor, no solo por la irresponsabilidad y falta de respeto por parte de la empresa, sino que era nuestro único día en la ciudad, y aun en el caso que nos devolvieran el dinero, no podríamos visitar Chan Chan.

Con un intenso tránsito y las palabras desalentadoras de la guía que miraba continuamente el reloj, el viaje pareció interminable. Mientras nos dirigiamos a la entrada del área abierta al público, desde la camioneta empezaban a verse las construcciones de adobe. Afortunadamente logramos llegar justo antes del cierre. Una vez dentro ya podíamos recorrer más tranquilos.

En el interior mi humor se distendió, comprendiendo la inmensidad de la ciudad que abarca veinte kilómetros cuadrados, y es una de las urbes de barro más grandes del mundo. En ella aún se conservan relieves en las paredes con distintas especies de animales, y muros formados por figuras romboidales.




Finalizado el recorrido por las ruinas, nos dirigimos a Huanchaco, una ciudad ubicada a orillas del Océano Pacífico que se destaca por sus playas con olas que atraen a gran cantidad de surfistas, y fue declarada una de las nueve “reservas mundiales de surf” por la organización sin fines de lucro Save the waves. Para mí, implicaba ser el primer contacto con el océano en el viaje. 

Allí observamos los “Caballitos de totora”, unas embarcaciones realizadas en una especie de junco (que también se utiliza en el lago Titicaca para realizar islas flotantes) los cuales son utilizados desde épocas que pueden remontarse entre 1000 y 3000 años antes de Cristo. Se conocen por ser utilizados por la cultura preincaica llamada Mochica, y actualmente siguen siendo utilizados por los pescadores locales, manteniendo su forma original. También se los considera una forma primitiva de tabla de surf y por eso se realizan competencias de surf en Caballitos de Totora.

Tal es la asociación entre los caballitos de Totora y Huanchaco, que algunos dicen que el nombre de la ciudad puede provenir de “wachakes”, nombre con el que se estima que se designaba a estas embarcaciones.

Tengo que admitir no estar demasiado interesado en el surf, y si no fuera por ver los caballitos de totora (que es suficiente con media hora durante el tour), dudaría en incluir esta playa en mi itinerario de viajes. Si le habría dedicado un día entero, seguramente al volver a casa lejos estaría de ser incluida en la respuesta a la clásica pregunta ¿qué lugar fue el que más te gusto?. 





Luego de recorrer la playa, y meter brevemente los pies en el agua, regresamos a Trujillo para dar por finalizado el tour. Pero si creíamos que las complicaciones se habían acabado, estábamos equivocados, recién comenzaban. 

La falta de una terminal centralizada nos hizo deambular entre distintas empresas para encontrar viajes al norte, lo más cerca posible a la frontera con Ecuador. Alejándonos del centro, tomamos un bus hasta la terminal terrestre, lugar donde creíamos que debían realizarse salidas a todo el país, pero no, solo viajaban hacia el sur, principalmente a Lima. Lo curioso es que las mismas empresas que realizan viajes al norte, no lo hacían desde esa terminal. 

Allí, casi resignados por la hora, y pensando en retornar al centro a buscar alojamiento, conseguimos un taxista amigable que nos llevó a las sucursales de algunas empresas que podían viajar a algún destino favorable. Como en Chan Chan, con la suerte de nuestro lado, conseguimos viajar a Piura. 

Una vez allá, nuevamente nos encontrábamos en algún lugar remoto, alejado del centro. Un mototaxi nos llevó a la zona donde se estaban las terminales, ubicadas a una distancia espacio-temporal que poco se asemejaba a la descrita por el conductor para ganar dos pasajeros (perfectamente realizable a pie). Esta vez decidimos evitar riesgos y no recorrer la ciudad, para así dedicarnos exclusivamente a conseguir un pasaje. A la madrugada siguiente, luego de dormir por tercer día consecutivo en un autobús, logramos llegar a Guayaquil.  


Datos útiles:

Tour a Chan Chan (sin museo) y Huancayo: 15 soles

Menú promedio en restaurante con refresco: 10 soles

Precio pasaje Trujillo - Piura: 27 soles (tarifas varían depende empresa y servicio)

Pasaje Piura - Tumbes: 20 soles o mini buses por 25 soles.

Pasaje Piura - Guayaquil: 15 dolares o 51 soles.

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