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El carnaval del pueblo (Río de Janeiro)

Nunca fui muy simpatizante del carnaval, o por lo menos de ver carrozas y personas desfilar mientras bailan. Quizá sea yo el aburrido y no lo que estoy viendo, lo admito. Es por eso que estando en Río de Janeiro no me sentía muy atraído por la visita al Sambódromo para ver el carnaval más grande y concurrido del mundo, ya que sabía que luego de un rato no iba a sentir la misma emoción que el resto de la gente. Pero si algo que me llamó la atención, y creo refleja la verdadera esencia de este festejo en la ciudad. 


Se dice que el carnaval es la conmemoración anual más sentida por los brasileños. Quien solo viaja a Río para ingresar directamente al Sambódromo, o se restringe a las zonas de turistas, tal vez no pueda llegar a apreciarlo, pero al recorrer la ciudad, mezclado entre los brasileños, es posible ver como los Cariocas viven y disfrutan de estos días. La ciudad se transforma completamente, la vida rutinaria se paraliza dando lugar a una gran fiesta popular. Se trata de un hecho social, prácticamente ritual, que se repite año tras año. 



Casi de casualidad, mi único día de viajero libre, sin rutinas ni tours pre organizados coincidió con el comienzo del feriado de carnaval. Ese día decidí, también casualmente abandonar Copacabana para dirigirme a conocer el centro de la ciudad. 
Lo que me encontré fue a cientos de miles de Brasileños, y algún que otro extranjero celebrando en las calles. Un festejo auténtico y puro que excede el Sambódromo y los más de 500 blocos (bloques) de comparsas que se organizan por toda la ciudad. 







Esta celebración fue traída de Europa por los portugueses, pero rápidamente se fusionó con las costumbres de los esclavos africanos formando una identidad y un tipo de festejo propio. Es por esto que podemos ver disfraces y máscaras típicos de Europa, pero con plumas y un ritmo musical, la Samba, de raíces africanas. Con el paso del tiempo se fueron formando las escuelas de Samba y estas comenzaron a competir por el título de campeón del carnaval, al punto que se preparan durante todo el año para desfilar unos pocos días. En Río de Janeiro las escuelas desfilaban por las calles, hasta que en 1984 se creó el Sambódromo Marqués de Sapucaí, donde se realiza la celebración oficial. 


El carnaval no se restringió a una exclusiva clase social, sino que la celebración supo abarcar a toda la población, que fue intentando adaptarlo hasta llegar a la versión actual. Versión que no es una, sino múltiples expresiones. Hoy día es posible disfrutar de los festejos en el evento oficial en el Sambódromo, alrededor de los blocos de rua callejeros, en hoteles con festejos VIP, o simplemente en cualquier sitio de la ciudad. Esto último lo que me llamó la atención. 



Algunos opinan que el Carnaval de Río se magnificó a nivel mundial y fue armándose cada vez más para el turismo. Esto es posible verlo en algunos barrios donde prima la concentración de turistas, pero en el resto de la ciudad es posible observar cómo se realiza un festejo no oficial, desorganizado, donde los brasileños salen a las calles sin tabúes, vestidos de forma extravagante, consumiendo alcohol por momentos en exceso, bailando en cualquier lugar, incluso en el metro, y en general tomando como propio cada espacio de la ciudad. 




No siempre es fácil seguir el ritmo. Se producen aglomeraciones importantes, donde a veces se puede tardar varios minutos en avanzar pocos metros. También es posible ver alguna pelea o corrida callejera, poco controlada ya que hasta la policía se suma a este festejo que más allá del uniforme, también les es propio.


























Poder ver esto, es ver la otra cara del Carnaval. La cara habitual para los brasileños, pero aquella que a veces los que llegan de afuera no observan. Esta cara es a mi entender la más pura, la menos cuidada, que muestra la esencia y la libertad de la celebración.

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