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Bucarest. Entre el glamour y la opacidad

Si hay una expresión que se ha vuelto un cliché a la hora de definir a Bucarest, la capital de Rumania, es decir que es una ciudad gris. 


En nuestro caso, llegamos abandonando Chisinau, la capital Moldava que nos había abierto las puertas a ver por primera vez la otra cara de Europa, esa que siempre parece lejana y dejan semi olvidada en los confines orientales del continente. Esa cara es la que se suele identificar con la ex Unión Soviética, y que al pensar en ella todo nos lleva a imaginar edificios homogéneos, todos iguales en forma y color, autos antiguos (si son marca Lada mejor) y un ambiente frío, no solo climatológicamente hablando. Por eso, que digan que Bucarest es gris, en primer instancia parecería ser eso que uno busca ver en un lugar como ese.

Bucarest no estaba en la lista de prioridades de un viaje en el cual en realidad las capitales casi no contaban. Sino que lo importante era ver esos lugares, conocidos y visitados por muchos, pero al mismo tiempo dejados bastante de lado por estar en el “lado oscuro” de Europa. 

Por eso, nuestra primer visita a la capital rumana fue con las mochilas esperando en el locker de la estación de tren, aprovechando algunas horas libres antes que llegue la medianoche, momento que debíamos partir rumbo al norte del país. Y la segunda, veinticuatro horas antes de tomar nuestro vuelo de regreso a casa. Por eso, decidimos caminar (y mucho), relajarnos en sus parques, y no preocuparnos por recorrer el 100% de la ciudad, o por si perdíamos algún “freetour”, como al fin pasó.

Llegada

El autobús nos había dejado junto a las luces de las fuentes de plaza Unirii. Paradójico lugar, que con el agua iluminada de azul destaca en la aún oscuridad de Bucarest. Sin embargo, junto con el bulevar homónimo y el palacio de gobierno (del cual ya hablaré), forman parte de la obra megalómana de quien hizo que Bucarest y Rumania se impregnen de esa opacidad mencionada al principio, que no solo quedó arraigada en sus edificios, sino en su historia. 




Llegar al centro de Bucarest la madrugada de un domingo no es muy distinto a lo que podríamos encontrar en cualquier otra ciudad: jóvenes volviendo a casa luego de pasar el sábado por la noche de fiesta, pocos trabajadores madrugando para cumplir con sus obligaciones, y casi todo cerrado salvo, como casi siempre, el McDonald’s que tantas veces genera esa relación de amor odio en un viajero. Aunque puedas odiar su comida chatarra y lo que transmite este megaimperio de franquicias, se convierte en el mejor lugar para ocupar sus mesas por horas, conectarse a wifi y usar sus baños, sin sentir vergüenza ni reproches de solo haber pedido un café. 

¿París?

Al empezar a caminar por sus calles céntricas, el sol va iluminando el paisaje y en realidad se hace más visible un segundo apodo: ”la Pequeña París”. Es curioso como la visión eurocentrista lleve a que todo lo que sea parecido a algún lugar Europeo se lo relacione con París o Venecia, incluso cuando está en alguna parte marginada de Europa. 

La arquitectura de los edificios de Bucarest no tiene nada que envidiar a esas ciudades que se llevan la mayor parte del flujo de turistas. Desde fines de 1900 hasta el período “entre guerras” mundiales, la ciudad floreció arquitectónicamente. El Ateneo Rumano y el Palacio CEC (Casa de Economii și Consemnațiuni) son algunos ejemplos de esa época de esplendor. Calles como Calea Victorei o la angosta Strada Franceza tienen su encanto en sí mismas. Y perdida entre todo esto, la pequeña iglesia de Stavropoleos que data de 1724, la única sobreviviente del antiguo monasterio homónimo. 






Palacio CEC.
Universidad de Bucarest.
Iglesia de Stavropoleos.
Iglesia de Stavropoleos.
Vale decir que el mejor modo de justificar la comparación con París es el gran parque Rey Mihai I, en honor al último monarca rumano. El cual, como es de esperarse de la pequeña París, en uno de sus rincones tiene su propio Arco del Triunfo, aunque como el apodo de la ciudad, más pequeño que el francés.






Cambios

Estas ideas de desarrollar una ciudad elegante, se verán afectadas por las decisiones políticas tomadas en el país. Estas llevaron a Rumania a que durante el siglo pasado pase de apoyar al régimen Nazi a un giro brusco que decantó en que durante 22 años (desde 1967 hasta 1989) el país se encuentre al mando de Nicolae Ceauşescu. Este, bajo las banderas del Comunismo, llevó adelante un gobierno despótico y culto a su figura. No se quedó atrás por ejemplo, en comparación con Corea del Norte, país al cual Ceauşescu intentó imitar luego de haber viajado en 1971 y conocer a su entonces líder Kim Il-sung. Tal fue el poder y culto que Ceauşescu intento mostrar alrededor de su gobierno y su figura, que incluso lo trasladó al plano futbolístico, donde curiosamente el equipo vinculado a su hijo, el Steaua de Bucarest, durante los años ‘80 se convirtió en uno de los principales equipos de Europa, llegando a ganar la Champions League en 1985/1986 (en aquel momento Copa Europa). 

Si hay algo a destacar de Rumania en esa época, es la gran autonomía que tenía de Rusia en comparación con otras Naciones Soviéticas. Pero las políticas llevadas adelante por Ceauşescu hicieron un hueco tan profundo en la sociedad que posiblemente ni el más acérrimo defensor del comunismo podrá quitarle de la cabeza a un Rumano la idea que ese sistema (haya sido comunismo o no) fue el peor de sus males.

El gobierno de Ceaușescu destacó la poca libertad de prensa y opinión, desarrollar la red de espías más grande de Europa del Este conocida como la “Securitate”(la cual contaba con medio millón de informantes para una nación de 22 millones de habitantes), y el plan de sistematización. Este último consistió plagar de altos monoblocks las zonas rurales del país, sin considerar la historia, cultura y tradición de los campesinos Rumanos. Incluso hay quienes afirman que fue un modo de control de la población, ya que no solo poseían servicios centralizados como calefacción y electricidad, sino que la policía secreta registraba ingresos y salidas de cada persona del edificio. No fue sólo Rumania quien llevó adelante este plan, sino que las viviendas homogéneas son una marca distintiva de casi toda Europa del Este y los países bajo la influencia de la ex Unión Soviética, aunque sí en este país se desarrolló de un modo drástico.


Bucarest no quedó afuera de este plan, y para la década de 1980 se comenzó con el derrumbe de ocho kilómetros del centro de la ciudad, gran parte de ellos para construir “La Casa del Pueblo” actualmente el palacio parlamentario de la ciudad. 

Ver este edificio realmente asombra por su tamaño, ya que es el complejo gubernamental más grande del mundo luego del Pentágono. Lamentablemente su historia no es grata, ya que para su construcción se derribaron más de siete mil viviendas, en muchos casos, siendo avisados sus habitantes solo 24 horas antes del desalojo. También se perdió una parte importante del centro histórico. por ejemplo 17 templos de distintas religiones, entre otros edificios de gran valor patrimonial.




Si aún quedan legados “Pre-Ceaucescu” en la ciudad, es producto que el plan de sistematización fue cancelado con el derrocamiento del gobernante en la revolución de 1989. Esta comenzó en la ciudad de Timisoara el 15 de diciembre y se extendió hasta Bucarest, donde el día 21 fue clave. Ese día Ceauşescu intentó dar un discurso para aplacar la situación pero, a pesar de haber estado todo organizado para simular una realidad distinta, el tiro le salió por la culata. La gente que los organizadores habían llevado para aplaudir, alabar y levantar banderas pro gobierno empezó a agitarse tanto que Ceauşescu tuvo que suspender el discurso y se vio obligado a retirarse en medio de abucheos. Su rostro al empezar a escuchar los gritos de desaprobación a su figura, mostraba una sorpresa poco comprensible. Ceauşescu parecía ser ajeno a la realidad rumana, e intento ser fiel a su modelo hasta último momento, a pesar de un panorama mundial donde el muro de Berlín había caído un mes antes, y el bloque Soviético se estaba despedazando.





Al día siguiente, con una rebelión desatada incluso en los altos mandos del gobierno, el presidente huyó de la ciudad en helicóptero. Sin embargo, sus mismos funcionarios lo entregaron y condenaron a un juicio poco ortodoxo que duró menos de una hora y que terminó con él y su esposa ejecutados el 25 de diciembre del mismo año.

La muerte de los Ceauşescu puede ser considerado un acto simbólico ya que con sus ejecuciones se dio por finalizada una etapa, dejando a casi todo el resto de los que participaron de sus políticas libres de culpa. Pero más allá de esto, marcó un antes y después en la vida Rumana.

Una interminable transición

Con el fin de este periodo, el plan de sistematización fue cancelado. La Casa del Pueblo aún se encontraba sin terminar, y al ser el mayor símbolo de “eso que se quería dejar atrás”, fueron muchas las discusiones entorno a qué hacer con el edificio: derribarlo, cubrirlo de tierra o lo que finalmente se decidió, finalizar la obra y utilizarlo como parlamento.

Ese paso a la nueva era se expresa frente a la ex sede del partido comunista, lugar donde el 21 de diciembre Ceaușescu pronunciaba el que sería su último discurso, donde se creó la Plaza de la Revolución (o Piata Revolutiei), con un monumento que rinde homenaje a los asesinados en esas jornadas. Será frente a esta plaza que conoceríamos a un ejemplo en persona de la realidad Rumana. 


Mientras estábamos relajándonos en un banco, se acerca un hombre con aspecto desaliñado y la falta de parte de su dentadura. Según los cánones de nuestra sociedad (aunque lo hagamos sin malas intenciones), nos llevó a pensar que era una de las tantas personas que viven en la calle e intentaron pedirnos dinero esos días. 

Comienza hablarnos en inglés, y ante nuestro intento de evitar el diálogo diciendo que no sabíamos este idioma, cambia a lenguas latinas como francés, italiano y español, hasta que se volvió inevitable responderle. El hombre preguntó de dónde éramos y luego de una presentación breve que no nos dio tiempo ni a registrar su nombre, comenzó a contarnos la historia de Rumania. Si bien teníamos en claro que todo finalizaría con el pedido de dinero, aceptamos el posible intercambio de algunos Leu rumanos por una charla que prometia ser interesante. 

No obstante aprendimos mucho de la historia de Rumania, lo más interesante fue saber de su vida. Este hombre había sido uno de los tantos exiliados políticos del gobierno de Ceauşescu. Sus palabras se llenaban de oscuridad cuando contaba que esto lo llevó a deambular por décadas en distintos países de Europa, entre ellos Italia y Francia. 

Con la caida del regimen en el 89, se le volvieron a abrir las puertas de su país y actualmente trabajaba como guía de turismo. Pero lo curioso es sin dudas su método de trabajo, ya deambula por la ciudad en busca de “atrapar” turistas, a los cuales se les acerca, comienza a hablarles y contarles sobre Bucarest y Rumania a cambio de solicitarles un poco de dinero casi a modo de mendicidad. Si ve que hay voluntad para ello, les ofrece llevarlos a recorrer la ciudad insinuando que nos puede hacer ingresar a la mayoría de los lugares de interés. 

Es habitual en muchos sitios encontrarse con personas (principalmente niños) que por necesidad económica al ver “un extranjero” improvisan llevarnos a recorrer el lugar para que le demos algo de dinero. muchas veces también sin siquiera saber qué es lo que tienen delante de ellos. En este caso, este hombre no explicó los motivos de su exilio ni a qué se dedicaba antes de ello, pero a diferencia de otros casos, por sus conocimientos de historia, literatura, arquitectura, pintura, y demás artes, o era alguien muy bien informado y que leyó mucho durante su vida, o un verdadero maestro en preparar un discurso demasiado convincente.

Antes de despedirnos llegó el momento del pedido de dinero, y cumplimos con nuestro acuerdo implícito de cambiar papeles por conocimiento. Ese día no tuvimos tiempo de recorrer la ciudad con el, y si bien quedamos en contacto por si regresábamos a Bucarest, no nos hicimos con el tiempo para ello.



Cómo sucedió para este hombre, con la caída de Ceaucescu, Rumania volvió a abrir sus puertas. No solo para quienes no tenían lugar en esa nación, sino a la libertad de expresión y al renacer cultural. Lamentablemente, pasados tantos años de ese periodo, Rumania aún sigue sufriendo sus consecuencias tanto económicas como sociales. 

En Bucarest podemos pasar de un parque hermoso o una zona de bares muy reconfortante, a calles oscuras y mal aspecto en pocos pasos. Por eso, en parte no es equivocado describirla como una ciudad gris, ya que el término podría usarse tanto de manera literal al hablar de sus edificios, como al hablar de su historia. Pero para quien la visita, es una sensación rara la mezcla del glamour parisino con la opacidad que aún deja rastros. Si hay un término medio, o más preciso para describirla, aún no lo he encontrado.

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