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Los monasterios pintados de Bucovina. Un gran motivo para recorrer la histórica región de Rumania.

Tal vez puede gustarnos o no, o puede que lejos de “nuestra cultura” a la que estamos acostumbrados algunas expresiones sean extrañas para nosotros, pero no hay dudas que el arte, en sus distintas expresiones, es posible encontrarlo en cada rincón del mundo, aún en ellos que menos nos esperamos. 


Incluso, a veces lamentablemente aunque sean sitios declarados Patrimonio Mundial de la Humanidad, si se encuentran en países “poco conocidos” o no considerados destinos “top”, esas formas de arte quedan en un segundo plano y son desconocidos a la mayoría del mundo. Esto sucede con los monasterios de la Bucovina, en el noreste de Rumania. 

Las iglesias ortodoxas en general cuentan con la particularidad que reflejan escenas bíblicas o históricas pintandolas en cada rincón de los muros, lo cual hace unos siglos atrás, cuando la mayoría de las personas no sabían leer, las imágenes eran el mejor método para poder llegar a toda la sociedad. Desde comienzos del siglo XVI y hasta finales del mismo, en la región de Bucovina, núcleo del principado de Moldavia, comenzó a avanzarse en la idea de realizar iglesias que no solo cumplan la función de ser utilizadas por dentro, sino también por fuera.

Esto se debe por un lado a que por las invasiones Otomanas que sufría el Principado en esa época, pobladores de la región buscaban asilo dentro de las murallas del monasterio y con estas representaciones podían transmitirles las ideas religiosas (e incluso político/históricas). A su vez, como el interior de los templos se encuentra limitado a determinada capacidad, y generalmente quienes tenían el privilegio de ingresar en el momento de ceremonias eran los sectores mejor acomodados de la sociedad, esto permitía que aún en tiempos de paz, quienes quedaran afuera puedan de algún modo ser parte de la ceremonia.

Esto llevó a que los monasterios posean la característica de ser los únicos en el mundo que no sólo cuentan con sus muros completamente pintados por dentro, sino que a diferencia de otros, también por fuera. 



Ocho son los más conocidos y mejor conservados por estar inscriptos en la lista de Patrimonio Mundial de la Humanidad, pero es posible encontrarlos por toda la región. Estos son los monasterios de Arbore, Humor, Moldovita, Suceava, Probota, Pătrăuți, Voronet y Sucevita. Si bien es posible distinguir características particulares en cada uno, los une el estilo arquitectónico y la función de los frescos de sus paredes. 



Aún así, lo destacable no es solo el curioso método de transmisión bíblica, sino que gran parte de las obras se hayan mantenido por cinco siglos. Varios son los motivos que llevan a que no se borren, combinación de arquitectura y clima: Por un lado, el tipo de construcción de las iglesias con techos con aleros (típicas de esta parte del mundo) evita que el agua caiga directamente sobre las pinturas y las estropee. Por otro lado, el clima de la región colabora ya que la atmósfera es apropiada para mantener las obras, y el viento juega un papel clave debido a que las paredes que mejor conservan las obras son aquellas donde menos impacto reciben, evitando la corrosión que genera el aire en sí mismo, y el agua de lluvia arrastrada por este último.



Suceava I: Inicio del viaje

Para poder visitar los monasterios viajamos en tren desde Bucarest (Capital de Rumania) a Suceava, capital del distrito homónimo donde se encuentran los templos. Si bien es común identificarlos como parte de Bucovina, esta, así como Transilvania o Valaquia, es una de las regiones históricas Rumania, pero no una división administrativa actual. 

Lamentablemente, si bien se encuentran a poca distancia uno del otro, y un recorrido por todos implica no más de 200 kilómetros, visitarlos en transporte público puede llevarnos entre dos y tres días. Es por esto que para aprovechar el resto de los días en otros sitios, buscamos las opciones que nos permitan ver todo en un solo día.

Lo más sencillo es conseguir un tour, aunque en nuestro caso de sencillo no tuvo nada. El tren nos dejó en la estación de Bucovina, pero tardamos un rato en comprender que en realidad no se encuentra en el centro de la ciudad, y un poco más en conseguir transporte hasta él. Aún así, cerca de las nueve de la mañana ya estábamos buscando tour. Pero no fue fácil encontrar una agencia que lo realice. Finalmente dimos con la oficina de turismo, donde nos informaron a la perfección e hicieron todo lo posible por conseguirnos alguna opción para el día. Lamentablemente las pocas agencias de viaje que lo realizaban ya se habían ido, y la única alternativa que nos brindaron fue ofrecernos un auto con conductor que nos realice el recorrido de modo privado, pero sin guía y a un precio superior al del tour guiado, que incluso contaba con comida incluida. 

Es por esto que decidimos optar por una opción que veníamos analizando, pero dudabamos de realizar porque no tendríamos a una persona que nos explique y principalmente por ser un modo de viaje nunca implementado por mi: alquilar un auto.

Si bien no era la opción que más me convencía, en este caso no dudo en decir que fue la mejor decisión por varios motivos: El principal fue que ante las pocas opciones que teníamos, pagar por un empleado que conduzca siendo que lo podíamos hacer nosotros no tenía sentido. Luego las clásicas  cosas que con un tour no podríamos permitirnos: Libertad de decidir que recorrer, cuánto tiempo dedicar a cada lugar, y detenernos a comer o descansar donde deseemos, A su vez, en la oficina de turismo nos habían dado buenas guías de viaje, por ende compensamos la falta de una persona que nos explique. Por último, entre alquiler de auto y recarga de combustible gastamos cerca de 80 euros, mitad del precio que habríamos pagado recurriendo a una agencia de turismo.

Para realizar el recorrido elegimos un chevrolet Spark, el auto más pequeño y económico ya que no necesitábamos más. Cerca de 10:30 de la mañana empezamos a viajar.
































Humoroloi


Nos dirigimos al oeste por la ruta 17 la cual seguimos durante casi todo el recorrido. En Gura Humorului nos desviamos para adentrarnos en el pueblo y visitar el primer monasterio: Humor.



Aquí comprobamos que, como habíamos averiguado, para tomar fotografías o filmar el interior del monasterio (no de la iglesia, allí está prohibido aún pagando) se debe pagar un extra que duplica el valor de la entrada (5 Leu entrada y 10 el permiso de fotografías, 10 Leu= 2,4 dolares). En general si tomamos unas pocas fotos sin pagar nadie nos va a decir nada. En mi opinión, si bien en este caso el monto no es demasiado alto, soy contrario a la idea que en un sitio donde ya pagamos una entrada, cobren más por usar nuestras cámaras (sea en Rumania o cualquier parte del mundo), ya que actualmente es algo habitual que hacemos casi todos, y aún si el precio de la entrada general fuera un poco más alta para compensar, considero que nadie lo notaría y evitaría que pongamos mala cara al encontrarnos con ese cartel.  En este caso, si el dinero extra va destinado a la mantención del monasterio, puede ser una buena causa pagar, por ende esto queda a criterio de cada uno.

Una vez dentro del complejo los muros de la iglesia se llevan toda nuestra atención y la arquitectura queda de lado. Pero ella es una característica común de todos los templos, y tienen la particularidad de combinar el estilo de tejados con formas curvas típicos de la región, el gótico y la arquitectura bizantina, de la cual tienen gran influencia no solo estos sino muchos templos ortodoxos.

Fue el príncipe Stefan Cel Mare, principal figura patria de Rumania y Moldavia quien comenzó con la construcción de estos monasterios (y otras muchas obras) y su hijo Petru Rares continuó su legado, siendo él quien incentivó a pintar la mayoría de los monasterios, entre ellos el de Humor.

Como sucederá con casi todos, las obras fueron realizadas con el respaldo económico de una familia importante, en el caso de Humor fue Teodor Bubuiog, canciller de Petru Rares. Como es de esperarse por quien realiza la inversión, a cambio los monasterios suelen poseer en algún rincón una imagen de quienes lo financiaron.

Este monasterio es uno de los que mejor conserva las pinturas, donde resalta el color rojo, y entre ellas destacan dos escenas que serán recurrentes como son el asedio de Constantinopla y el juicio final.




Voronet: La Capilla Sixtina del este

A poca distancia de Humor, se encuentra el segundo monasterio de nuestro recorrido, el perteneciente a Voronet, una antigua aldea que actualmente se encuentra bajo la administración de la ciudad de Gura Humorului. Al acercarnos al templo, la cantidad de puestos de vendedores con productos para turistas parece ser desproporcionada a comparación de los visitantes que llegan al pueblo, al menos en noviembre, mes que realizamos el viaje.

Tal vez la constancia de los vendedores pueda parecer exagerada para una iglesia en una ex aldea que fue incorporada a una ciudad que no llega a las 20.000 personas y que se encuentra más cerca de la frontera con Ucrania que de la capital de su país. Pero esta idea probablemente desaparezca si pensamos que pocos afirmarían que en toda Rumania hay un monasterio más conocido que este, del cual su iglesia se ganó el apodo internacional de “La Capilla Sixtina del este”. Un seudónimo desafiante que nos llevaría automáticamente a comparar, y creo que son dos estilos distintos, con dimensiones y presupuestos para la realización de cada uno distintos, y demás razones que los vuelven incomparables.

A diferencia de Humor, que cuenta con unas vallas exteriores de madera que parecen haber sido puestas en tiempos modernos para evitar que curiosos miren sin ingresar, en Voronet puede notarse mejor la importancia de estos lugares como protección en tiempos de guerra e invasiones Otomanas ya que posee una alta muralla de piedra.



Una vez dentro se puede comprender porque algunos llegaron a ponerle su apodo. El color azul predomina en los muros de la iglesia, el cual tiene la particularidad de ser único, y no hay otra forma de definirlo más que “azul de voronet”. Esto se debe a que tiene una tonalidad que no es posible encontrar en otras obras ni tampoco reproducir. Quienes intentaron obtener esta tonalidad no lograron hacerlo ni utilizando colores primarios, ni con tintas especiales, e incluso se dice que tampoco digitalmente. La pintura tendría lapislázuli o azurita (el primero tiene una tonalidad más parecida), pero lo que habría terminado de definir la tonalidad actual es el paso del tiempo y el efecto climatológico sobre la mezcla de productos naturales utilizados para pintar. Para ver el color real, no hay mejor opción que personalmente, ya que incluso una fotografía no mostraría la tonalidad original, y menos si posteriormente pasa por un proceso de edición.

El color resalta sobre todo en la pared sur donde se encuentra el fresco del “Árbol de Jesé” osea el árbol genealógico de Cristo, pero la oeste (también con el fondo azul) donde se representa el “Juicio final” es la que puede hipnotizarnos por un largo rato viendo las distintas escenas expuestas.







Moldovita

Nuestra tercer parada ya se encontraba un poco más lejana. por eso decidimos evitar el camino más largo y abandonamos la ruta nacional 17 para continuar por la interna 176. Esta carretera costea el río Moldovita, el cual en su camino atraviesa la ciudad homónima (Vatra Moldovitei o “el hogar de Moldavia”) donde se encuentra otro de los monasterios pintados. Este camino no posee las dimensiones ni el caudal de tránsito de la ruta 17, pero es allí donde pudimos empezar a apreciar la vida vida rural rumana. Carros tirados a caballo circulando a la par nuestra, iglesias de madera y criaderos de avestruces son parte del paisaje que empieza a surgir entre nosotros.
El transporte predilecto en Bucovina.

En calles de tierra.

Por caminos internos, en pueblos rurales.

En pequeñas ciudades.

Y también en las rutas nacionales.
Iglesia de madera.

Criadero de avestruces.



Una vez en el monasterio las representaciones de los murales se van a empezar a repetir ya que en cada pueblo intentaban transmitir las mismas ideas. Por eso nuevamente aparecerá el árbol de Jesé y el asedio de Constantinopla. Este último tiene el detalle que busca representar la intervención de la virgen para salvar la caída de la ciudad en manos de los persas en el año 626, pero como fue pintada la escena parece estar más cerca de describir la caída de Constantinopla ocurrida 79 años antes de ser construida la iglesia.





Continuamos viaje con intención de visitar algún monasterio más, aunque en realidad esto ya era una excusa porque habíamos comprendido que lo que observaríamos sería muy similar a aquellos ya vistos. En cambio comenzamos a notar que en realidad los paisajes y apreciar brevemente la cultura de la Bucovina son un aliciente a los templos que no se puede dejar de lado ya que tienen su encanto en sí mismos.

Pasul Ciurmana

Dejando Moldovita caímos en la cuenta que en Humor habíamos ingresado en los Montes Cárpatos, el segundo sistema montañoso más largo de Europa con 1600 kilómetros de largo (casi a la par con los Alpes Escandinavos que ocupan el primer lugar). En el primer trayecto circulamos a través de valles prácticamente rectos que no hicieron sentir las montañas, pero esa etapa de viaje quedó atrás y la línea sinuosa del mapa nos indicaba que nos dirigiamos al Paso de Ciurmana, el cual conecta el valle de Moldovitei con la meseta de Suceava. La carretera que lo atraviesa destaca por ser una de las más peligrosas del mundo, por la cantidad de curvas que posee (muchas de ellas muy cerradas), el estado del asfalto y ser doble mano con solo un carril para cada sentido de circulación, 

Frondosos bosques de pinos comienzan a aparecer al costado de la ruta, y una vez atravesada la ciudad de Ciurmana, los árboles se van aproximando al asfalto a encontrarse hasta cercarnos y no dar lugar a una banquina donde detenerse. Un grupo de vacas del cual pasamos a escasa distancia nos hace comprender que debíamos estar atentos, y algunos guardarrailes de madera que era mejor no hacer nada estúpido que nos pueda llevar a comprobar la resistencia de los troncos rumanos. Estábamos dentro del “Pasul de Ciurmana” y no había vuelta atrás. 

Luego de aferrarnos al volante en las primeras curvas y superar el temor a conducir allí, el paisaje hace que sea una gran experiencia visual atravesar por este lugar. Aunque en un segundo de descuido por mirar el entorno, volvimos a priorizar no terminar accidentados luego que de casualidad esquivamos unas grandes ramas caídas que cubrían mitad del camino.






Sucevita: La fortaleza en medio de las montañas

Una vez atravesado Ciurmana nuestros estómagos nos hacen recordar que ya eran las tres de la tarde y no habíamos comido. Es por ello que nos propusimos aprovechar la parada en el monasterio de Sucevita para comer.

Al llegar, notamos que este se encuentra muy cerca de la ruta, pero no en una ciudad específica sino entre varios pequeños pueblos, y la cercanía al mismo consiste en una gran playa de estacionamiento con un par de comercios. Si los muros exteriores del convento de Voronet sorprenden, en Sucevita si no sabemos que hay dentro, no dudariamos en afirmar que es una fortaleza. 

Al estacionar nuestro vehículo notamos que había que pagar por dejarlo allí, pero no se veían ni máquinas ni personas a quien abonarle. A parte de nosotros había solo dos o tres vehículos más, y para nuestra desgracia, ni los restaurantes estaban abiertos.

Sin dudas no era época de turismo, y al menos en ese período a Sucevita no llegaba ni un tercio de los visitantes que congrega la “Capilla Sixtina” de Voronet. Al parecer tan inoportuna fue nuestra llegada que ni siquiera la monja que cobraba la entrada se encontraba en su puesto. Recién a la salida, vimos una persona que parecía ser la encargada del lugar y nos acercamos a pagarle, a pesar que ni con el dinero casi en su mano demostraba mucho interés por lucrar con nuestra presencia. 

Por ser uno de los últimos en ser construido, Sucevita es ligeramente diferente al resto de los monasterios que habíamos visitado. Primero por su forma de fortaleza, también por la predominancia del color verde, y producto de ser pintado casi cincuenta años después que los primeros, lo que lleva a que tenga algunas obras distintas como la escalera de las virtudes, que expresa el orden de los ángeles en el cielo y el caos del infierno, separados por una escalera que representa el camino que recorren los hombres durante su vida, y que pueden llegar al final y entrar al cielo, o en el camino caer al infierno.




























Marginea: Cerámica negra y pizza italo-rumana

Seguimos nuestro viaje dejando atrás Sucevita decididos a que sea como sea en el próximo pueblo debíamos encontrar un lugar donde comer. Ese lugar fue Marginea, una ciudad que nunca estuvo en nuestro planes, de aspecto pequeño, pero que según el último censo oficial tiene casi 10.000 habitantes. 

Así como fue una sorpresa para nosotros enterarnos una hora antes que estábamos atravesando los montes Cárpatos, ahora en Marginea notamos que la ruta que atraviesa la ciudad de norte a sur, conduce a la frontera con Ucrania, y estábamos solo a treinta kilómetros de distancia de aquel país. Esta frontera divide dos países pero no la región ya que del otro lado, en territorio ucraniano, sigue siendo Bucovina. La región histórica fue dividida en dos luego de la Segunda Guerra Mundial, quedando el sur para Rumania (quien apoyó a la Alemania Nazi) y el norte para la Unión Soviética (posteriormente heredado por Ucrania).

Al costado de la ruta nos encontramos con una pizzería que parecía de dimensiones extremadamente grandes para el pueblo que veíamos a su alrededor. Sin demasiados carteles ni gente dudamos en entrar e hicimos un intento por buscar otra, pero no habiéndonos alejado ni cien metros decidimos regresar. Una vez dentro comprobamos que se encontraba vacía. Se acerca la dueña a tomar el pedido, y al cabo de unas pocas palabras ingles-italo-rumano nos dice que hablaba italiano ya que ella y su marido habían vivido en Italia muchos años, donde él había aprendido el oficio de pizzaiolo. Nos comenta también que hacía poco tiempo habían regresado con intenciones de permanecer definitivamente, y para eso habían abierto la pizzeria, la cual ¡inauguraron la noche anterior!. 

Mientras se preparaba nuestro pedido comenzamos a hablar, y ella nos cuenta que Marginea es un pueblo que se destaca por la fabricación de cerámica negra. Esta técnica de producción tiene cientos de años y es el orgullo de una ciudad que incluso tiene al costado de la ruta un jarrón negro gigante que da la bienvenida a Marginea, y su figura representada en su escudo.

No es para menos ya que la cerámica negra de Marginea es considerada única, y es uno de los pocos lugares en Europa (y en el mundo) donde se emplea la técnica que genera ese color sin adición de pintura. Hay familias que hace 300 años se dedican a su producción, y los niños con 7 u 8 años ya comienzan a aprender el arte. 

Lamentablemente antes de la llegada del comunismo al poder en Rumania, el pueblo contaba con sesenta talleres de producción de cerámica (una cantidad muy alta teniendo en cuenta que la población era significativamente menor a las 10.000 personas que la habitan hoy día) y actualmente es un oficio que son pocos los que lo sostienen,  

Al llegar la comida notamos que pedir un plato para cada uno había sido demasiado, aún con el hambre que teníamos. Al expresar nuestra sorpresa por la cantidad, pensando que tal vez le caímos simpáticos y nos hicieron una porción más grande, nos comentan que en Rumanía se suele servir abundante, siendo la nuestra una porción normal. Para nuestra grata sorpresa, la pizza estaba increíble, al mismo nivel (incluso me animaría a decir que mejor) que el promedio de una pizza italiana.

El tiempo se pasó conversando, y los monasterios ya habían quedado completamente en segundo plano. Antes de irnos, nos regalaron una de las jarras cerámicas que se producen en el Marginea. Al salir no era muy tarde pero ya había oscurecido, por lo que decidimos apresurar la vuelta a Suceava.



En el camino realizamos una breve parada en Arbore, donde vimos su monasterio pintado desde el costado de la ruta (ya que estaba cerrado), pero en general nos concentramos en el viaje, que fue más difícil de lo esperado por estar cansados, en la ruta casi a oscuras, y con la precaución de ir atentos a los carros tirados a caballo que obviamente no cuentan con ninguna iluminación, y más de una vez alcanzamos a distinguir a muy poca distancia. A esto se sumó una carretera cortada, que nos llevó a desviarnos por un camino improvisado de tierra el cual en principio nos desorientó por completo, y solo logramos superar siguiendo a los que circulaban delante nuestro.

Monasterio de Arbore.
Camino improvisado en alguna parte del norte de Rumania.




Suceava II: El final

Una vez de vuelta en Suceava, agotados, caminamos un poco por la ciudad y llegamos a la conclusión que a pesar de tener el automóvil hasta las 10 de la mañana del día siguiente, era mejor devolverlo cuanto antes y las literas del tren para descansar y aprovechar el siguiente día recorriendo una ciudad y no viajando.

Conseguimos que el empleado de la agencia acepte recogerlo con solo unas pocas horas de pre aviso, e incluso se ofreció a llevarnos a la estación de tren. Lamentablemente nos faltó visitar el monasterio pintado de la ciudad donde comenzamos y terminamos, pero con los vistos durante el día había sido suficiente.

Abandoné Bucovina convencido que vale la pena viajar hasta Rumanía ya sea un día o más, para visitar los monasterios, pero que el complemento perfecto, y lo que los vuelve más únicos aún es el paisaje que los rodea. Para quien se encuentra fuera de Europa puede ser una decisión difícil viajar hasta “el viejo continente” y dejar de lado las ciudades y países tradicionales que la propaganda y las guías de viaje nos venden. Aún así, países como Rumania muestran la complejidad de un continente en el cual parece que ya está todo descubierto y fotografiado millones de veces.

Como dije al principio, el arte, en sus distintas expresiones, es posible encontrarlo en cada rincón del mundo, y lugares así, como la Bucovina y sus monasterios, demuestran que no hay que viajar a alguna extraña isla del Océano Pacífico ni al corazón de Asia para sorprenderse con la cultura y la gente, que al fin y al cabo es quien la crea.


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